En
Estación Central, después de confirmarle por teléfono a mi tía Ana la hora en
la que, supongo, voy a estar llegando a su casa, me subo a la liebre con el
cartel Peñaflor por Miraflores.
—Buenas
tardes, ¿me deja en Catorce de Julio y Malloquito, verdad?
—¿Catorce
de Julio y Malloquito? Ya. Son noveciento peso.
—¿Me
podrá avisar cuando estemos cerca? Creo que me ubico, pero no quiero pasarme.
—Estese
tranquilo nomá, caballero, yo le voy a avisar.
Me
acomodo como
puedo en uno de los asientos de adelante. Las liebres son chiquitas, un
poco
más grande que nuestras combis, y llevo a cuestas una mochila muy grande
y
pesada. Quince minutos después, son las dos de la tarde y me dedico a lo
que
mejor me sale cuando me quedo solo: pensar. Precisamente en Nahuel, que más que un amigo es mi hermano,
que me
acompañó la primera semana. No pasaron ni tres horas desde el último
abrazo de
despedida, fuertísimo, que nos dimos en el barrio Bella Vista de
Santiago y ya
lo extraño. La liebre frena en una plaza, en la vereda
esperan un
muchacho que aparentemente estuvo empujando la silla de ruedas que dejó
una
señora que aparenta unos cuarenta y largos, medio renga, bajita y
regordeta
para subir, sola.
—¿Me
deja en el hospital de Peñaflor? ¿Usté me avisa? Porque nunca fui. Ya. Avíseme,
por favor.
Después de pagar se sienta, con notoria
dificultad, a mi lado. Resopla y se persigna, y me dice:
—Oígame,
joven, por si acaso a este viejo culeao se le olvida de avisarme, ¿no me podrá
usted decir cuando estemos cerca del hospital de Peñaflor?
—No sé
dónde está el hospital de Peñaflor…
—Ay,
Dios quiera que pueda encontrar a mi médico. Esta wea de pierna, puta, que
duele. Me dijo que hoy estaba atendiendo en el hospital de Peñaflor. Quiera la
virgencita santísima que me ponga mejor de este dolor… Le tengo mucha fe a la
virgencita, ¿sabe? Yo soy muy católica.
Se vuelve a persignar. Yo estoy demasiado
preocupado por no pasarme de la esquina de Malloquito y Catorce de Julio como
para distraerme hablando con una señora quejosa y “muy” católica, entonces
vuelvo a mirar por la ventana, mientras persisten sus gemidos e invocaciones.
—Mire,
mire cómo tengo los brazos. Me tienen aburría de tanto pinchazo. Es que tengo
cáncer de colon, ¿sabe? Por eso tengo que encontrar a mi médico. Dios me libre
y me favorezca…
—…
—Oiga.
¿Cuántos años tiene usted, joven?
—Treinta
y tres.
—¡Como
Cristo! Y con ese pelo y esa barba… ¡Cuidao no lo vayan a crucificar! Ese pelo
largo… de joven, ¡cómo me gustaban los hombres de pelo largo…! No, no me mire
así, que también he sido joven alguna vez. Pero no, son lindos los flaquitos
con el pelo así. Aunque en mis tiempos de cabra no se veían tanto. Bueno,
cuando estaba mi general no se veían
muchas cosas.
—… —
(encima de católica, pinochetista)
—¿Sabe
qué me acordé? Una vez alojé a dos alemanes. En ese tiempo tenía a la Marcelita
viviendo conmigo, mi hija más chica. Y los Arenas somos buenos pa las
calenturas. Tendría unos diecinueve, o algo así. Yo algo me presentía de esos
gringos. Y toca que un día se me ocurre volver más temprano a mi casa, porque
algo yo me presentía. Que no soy tan weona, ¿cachai? Y chucha, los encuentro a
los gringos en pelotas. A los dos. “No, señora Pamela, no es lo que usted se
imagina, es una terapia de masajes”. “¿Ah, sí?” les digo yo, “déjate de weas
gringo e mierda, que si la cosa era puro masaje, ¿por qué tení la herramienta
toda parada?” No… si me creían weona. Tenían el pelo largo esos gringos. ¿A
usted le gustan los hombres?
—No,
me gustan las mujeres.
—Usté
no es de aquí. Por el acento. Déjeme adivinar: ¿argentino?
—Sí.
—¿De
qué parte?
—Buenos
Aires.
—¿Y
cómo se llama? Yo soy Pamela.
—Mucho
gusto, Pamela. Yo soy Pablo.
—¿Y
qué está haciendo en Chile? ¿Vino de vacaciones?
—Sí. También
de visita, mi mamá es chilena y tengo muchos tíos y primos acá.
—¿Y
ahora pa dónde es que va, mijo?
—A la
casa de una tía.
—¿Y
está casao usté?
—No.
—¿Está
seguro de que no le gustan los hombres?
—Sí,
estoy seguro — me río.
—Ya.
Preguntaba por lo del pelo, y si ma encima está soltero… Pero, ¿tiene alguna
argentinita usté? ¿Una polola, algo? ¿Nunca, nada?
—Bueno,
no. Sí estuve en pareja, claro. Pero ahora estoy solo.
—¿Y
cuánto tiempo estuvo en pareja? ¿Convivía?
—Con
la primera más de cinco años, conviviendo. Y con la última no
sé, creo que mucho menos de un año y no llegué a convivir.
—¿Y
además de esas argentinas…? Hubo otras, supongo. Pablito debe haber clavado muchos
clavitos…
—Jajajajaja.
No se crea que tantos.
—Pero,
flaquito, si tení presencia oye po… ¿Y nunca tuvo hijos, con todos los clavitos
que clavó?
—No.
—Yo
tuve seis. Como le decía, los Arenas somos buenos pa las calenturas. Pero
contigo, flaquito, hubiese tenido doce.
—…
—¿Y
ningún clavito chileno, Pablito? ¿Le gustan las chilenas? ¿Qué le han parecido?
—Eh... sí...
—¿Y
qué le gusta de las chilenas? ¿O qué le gusta más?
—No sé… Es difícil responder a eso. Tendría que pensarlo.
—No se
haga el leso conmigo, Pablito. ¿Sabe lo que tienen las chilenas? Pechugas. Eso
tienen — con las manos hace un gesto de globos que doblan el tamaño de sus
senos—. A mí me gusta mostrarlas, usar blusas bien escotadas. Una vez una vieja
me miraba, me miraba… Y ahí nomá le pelé las pechugas “¿qué querí mirar, vieja
e mierda?”. Le mostré las dos pechugas. Al tiro cruzó la acera, la vieja
copuchenta. Ay, no te asustí conmigo, Pablito. Estoy medio loca, pero tengo mi
sentido del humor.
Me pregunto dónde está ese fervor católico
del que tanto se jactaba.
—¿Está
seguro mijito que no sabe cuál es el hospital de Peñaflor?
—Si
mal no recuerdo, yo me bajo antes que usted.
—Ya.
Voy a tener que confiar en el chófer entonce. Espero que el weón se acuerde,
porque si no voy a tener que quedarme con él hasta el final, y ahí en la
terminal le voy a tener que dar una buena sacudía. A ver si le quito esa cara e
raja. Pero por adelante, ¿cachai? Que por atrás tengo un tumor. Puta, que yo
pensaba llegar con el poto sano al cielo. El único agujero que me quedaba virgen
y me da esta wea de cáncer. ¿Podí creer? Ay, no se asuste por las cosas que
digo, mijo.
—¡No
se haga problema! Me gusta nuestra charla. Hable con confianza.
—¿Qué
le irá a decir a su tía? ¿Que viajó con una vieja loca?
—Pero,
que se quede tranquila.
—Ya.
—Me parece que
estamos cerca de donde me tengo que bajar.
—Pablito, ha
sido un gusto este viaje. ¿Por qué no me busca en messenger? Pamela Arenas
Fica. Me hubiese gustado nacer en Italia con este nombre, ¿sabe por qué?
—No.
—Fica, en
italiano, significa vagina. ¿Qué le parece a usted? "Hola, me llamo Pamela
Vagina". Me lo dijo un turco que tengo en el messenger. Me manda fotos de
su herramienta, ¿cachai? Puta que tengo weones que me mandan fotos. Pero no se
las puedo mostrar, ¿qué le irá a decir a su tía, Pablito? Búscame, flaquito.
Pamela Arenas Fica. Acuérdate por lo de vagina. Escríbeme. Antes de que te
vayas, te agarro y te dejo más flaquito de lo que estás, Pablito. Vai a saber
lo que es bueno, oye po. Flaquito, flaquito te voy a dejar. ¿Cachai? ¿Me vai a
buscar? Te vení una noche a mi casa...
Me levanto a consultarle
al chofer.
—¡Caballero!
Puta, se me olvidó la wea... Oiga. Bájese aquí mismo, y camina tres cuadras patrás.
Ahí va a llegar a Catorce de Julio.
Mientras junto mis cosas, me despido de Pamela, que insistentemente me
pide que la busque. Que no me voy a arrepentir porque va a hacerme no sé
cuántas cosas. Hacía media hora era una católica devota y pinochetista. Si bien
no tengo una gota de sangre argentina, yo me bajé de la liebre haciendo honor
al lugar donde nací y crecí: le dije que sí a no sé qué, sabiendo que no iba a pasar nunca. Porque los argentinos, o más bien los porteños, hacemos
promesas muy a la ligera, sobre todo las que nunca vamos a cumplir. El "dale, sí, hablamos y nos juntamos" o "la semana que viene organizamos un partido, de una". Por eso, entre
otras cosas, solemos caer como el culo allá a donde vamos. Por curiosidad, sí la busqué. Me
pareció un personaje, como mínimo, extraño: mientras sus contactos exhiben sin
pudores idolatría al canalla de Pinochet, ella publica numerosas oraciones que prometen
milagros o anuncian castigos; pero de foto de perfil tiene al protagonista de V for Vendetta. Gente bizarra que
uno se cruza cuando viaja.
V for Vagina, cachai?
ResponderEliminarMencantó.
Puta que tení razón, oye po. Que no cachaba la wea, fíjate tú. Ya.
EliminarY gracia por pasá, po.
Hasta yo la busqué, pero no tiene fotolog
ResponderEliminarLa busqué y no está más en facebook =(
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