martes, 27 de febrero de 2018

Postales trasandinas #1 - De católicos y pinochetistas

 
En Estación Central, después de confirmarle por teléfono a mi tía Ana la hora en la que, supongo, voy a estar llegando a su casa, me subo a la liebre con el cartel Peñaflor por Miraflores.
 
—Buenas tardes, ¿me deja en Catorce de Julio y Malloquito, verdad?
—¿Catorce de Julio y Malloquito? Ya. Son noveciento peso.
—¿Me podrá avisar cuando estemos cerca? Creo que me ubico, pero no quiero pasarme.
—Estese tranquilo nomá, caballero, yo le voy a avisar.

Me acomodo como puedo en uno de los asientos de adelante. Las liebres son chiquitas, un poco más grande que nuestras combis, y llevo a cuestas una mochila muy grande y pesada. Quince minutos después, son las dos de la tarde y me dedico a lo que mejor me sale cuando me quedo solo: pensar. Precisamente en Nahuel, que más que un amigo es mi hermano, que me acompañó la primera semana. No pasaron ni tres horas desde el último abrazo de despedida, fuertísimo, que nos dimos en el barrio Bella Vista de Santiago y ya lo extraño. La liebre frena en una plaza, en la vereda esperan un muchacho que aparentemente estuvo empujando la silla de ruedas que dejó una señora que aparenta unos cuarenta y largos, medio renga, bajita y regordeta para subir, sola.

—¿Me deja en el hospital de Peñaflor? ¿Usté me avisa? Porque nunca fui. Ya. Avíseme, por favor.

Después de pagar se sienta, con notoria dificultad, a mi lado. Resopla y se persigna, y me dice:

—Oígame, joven, por si acaso a este viejo culeao se le olvida de avisarme, ¿no me podrá usted decir cuando estemos cerca del hospital de Peñaflor?
—No sé dónde está el hospital de Peñaflor…
—Ay, Dios quiera que pueda encontrar a mi médico. Esta wea de pierna, puta, que duele. Me dijo que hoy estaba atendiendo en el hospital de Peñaflor. Quiera la virgencita santísima que me ponga mejor de este dolor… Le tengo mucha fe a la virgencita, ¿sabe? Yo soy muy católica.
 
Se vuelve a persignar. Yo estoy demasiado preocupado por no pasarme de la esquina de Malloquito y Catorce de Julio como para distraerme hablando con una señora quejosa y “muy” católica, entonces vuelvo a mirar por la ventana, mientras persisten sus gemidos e invocaciones.

—Mire, mire cómo tengo los brazos. Me tienen aburría de tanto pinchazo. Es que tengo cáncer de colon, ¿sabe? Por eso tengo que encontrar a mi médico. Dios me libre y me favorezca…
—…
—Oiga. ¿Cuántos años tiene usted, joven?
—Treinta y tres.
—¡Como Cristo! Y con ese pelo y esa barba… ¡Cuidao no lo vayan a crucificar! Ese pelo largo… de joven, ¡cómo me gustaban los hombres de pelo largo…! No, no me mire así, que también he sido joven alguna vez. Pero no, son lindos los flaquitos con el pelo así. Aunque en mis tiempos de cabra no se veían tanto. Bueno, cuando estaba mi general no se veían muchas cosas.
—… — (encima de católica, pinochetista)
—¿Sabe qué me acordé? Una vez alojé a dos alemanes. En ese tiempo tenía a la Marcelita viviendo conmigo, mi hija más chica. Y los Arenas somos buenos pa las calenturas. Tendría unos diecinueve, o algo así. Yo algo me presentía de esos gringos. Y toca que un día se me ocurre volver más temprano a mi casa, porque algo yo me presentía. Que no soy tan weona, ¿cachai? Y chucha, los encuentro a los gringos en pelotas. A los dos. “No, señora Pamela, no es lo que usted se imagina, es una terapia de masajes”. “¿Ah, sí?” les digo yo, “déjate de weas gringo e mierda, que si la cosa era puro masaje, ¿por qué tení la herramienta toda parada?” No… si me creían weona. Tenían el pelo largo esos gringos. ¿A usted le gustan los hombres?
—No, me gustan las mujeres.
—Usté no es de aquí. Por el acento. Déjeme adivinar: ¿argentino?
—Sí.
—¿De qué parte?
—Buenos Aires.
—¿Y cómo se llama? Yo soy Pamela.
—Mucho gusto, Pamela. Yo soy Pablo.
—¿Y qué está haciendo en Chile? ¿Vino de vacaciones?
—Sí. También de visita, mi mamá es chilena y tengo muchos tíos y primos acá.
—¿Y ahora pa dónde es que va, mijo?
—A la casa de una tía.
—¿Y está casao usté?
—No.
—¿Está seguro de que no le gustan los hombres?
—Sí, estoy seguro — me río.
—Ya. Preguntaba por lo del pelo, y si ma encima está soltero… Pero, ¿tiene alguna argentinita usté? ¿Una polola, algo? ¿Nunca, nada?
—Bueno, no. Sí estuve en pareja, claro. Pero ahora estoy solo.
—¿Y cuánto tiempo estuvo en pareja? ¿Convivía?
—Con la primera más de cinco años, conviviendo. Y con la última no sé, creo que mucho menos de un año y no llegué a convivir.
—¿Y además de esas argentinas…? Hubo otras, supongo. Pablito debe haber clavado muchos clavitos…
—Jajajajaja. No se crea que tantos.
—Pero, flaquito, si tení presencia oye po… ¿Y nunca tuvo hijos, con todos los clavitos que clavó?
—No.
—Yo tuve seis. Como le decía, los Arenas somos buenos pa las calenturas. Pero contigo, flaquito, hubiese tenido doce.
—…
—¿Y ningún clavito chileno, Pablito? ¿Le gustan las chilenas? ¿Qué le han parecido?
—Eh... sí...
—¿Y qué le gusta de las chilenas? ¿O qué le gusta más?
—No sé… Es difícil responder a eso. Tendría que pensarlo.
—No se haga el leso conmigo, Pablito. ¿Sabe lo que tienen las chilenas? Pechugas. Eso tienen — con las manos hace un gesto de globos que doblan el tamaño de sus senos—. A mí me gusta mostrarlas, usar blusas bien escotadas. Una vez una vieja me miraba, me miraba… Y ahí nomá le pelé las pechugas “¿qué querí mirar, vieja e mierda?”. Le mostré las dos pechugas. Al tiro cruzó la acera, la vieja copuchenta. Ay, no te asustí conmigo, Pablito. Estoy medio loca, pero tengo mi sentido del humor.

Me pregunto dónde está ese fervor católico del que tanto se jactaba.

—¿Está seguro mijito que no sabe cuál es el hospital de Peñaflor?
—Si mal no recuerdo, yo me bajo antes que usted.
—Ya. Voy a tener que confiar en el chófer entonce. Espero que el weón se acuerde, porque si no voy a tener que quedarme con él hasta el final, y ahí en la terminal le voy a tener que dar una buena sacudía. A ver si le quito esa cara e raja. Pero por adelante, ¿cachai? Que por atrás tengo un tumor. Puta, que yo pensaba llegar con el poto sano al cielo. El único agujero que me quedaba virgen y me da esta wea de cáncer. ¿Podí creer? Ay, no se asuste por las cosas que digo, mijo.
—¡No se haga problema! Me gusta nuestra charla. Hable con confianza.
—¿Qué le irá a decir a su tía? ¿Que viajó con una vieja loca?
—Pero, que se quede tranquila.
—Ya.
—Me parece que estamos cerca de donde me tengo que bajar.
—Pablito, ha sido un gusto este viaje. ¿Por qué no me busca en messenger? Pamela Arenas Fica. Me hubiese gustado nacer en Italia con este nombre, ¿sabe por qué?
—No.
—Fica, en italiano, significa vagina. ¿Qué le parece a usted? "Hola, me llamo Pamela Vagina". Me lo dijo un turco que tengo en el messenger. Me manda fotos de su herramienta, ¿cachai? Puta que tengo weones que me mandan fotos. Pero no se las puedo mostrar, ¿qué le irá a decir a su tía, Pablito? Búscame, flaquito. Pamela Arenas Fica. Acuérdate por lo de vagina. Escríbeme. Antes de que te vayas, te agarro y te dejo más flaquito de lo que estás, Pablito. Vai a saber lo que es bueno, oye po. Flaquito, flaquito te voy a dejar. ¿Cachai? ¿Me vai a buscar? Te vení una noche a mi casa...

Me levanto a consultarle al chofer.

—¡Caballero! Puta, se me olvidó la wea... Oiga. Bájese aquí mismo, y camina tres cuadras patrás. Ahí va a llegar a Catorce de Julio.

  Mientras junto mis cosas, me despido de Pamela, que insistentemente me pide que la busque. Que no me voy a arrepentir porque va a hacerme no sé cuántas cosas. Hacía media hora era una católica devota y pinochetista. Si bien no tengo una gota de sangre argentina, yo me bajé de la liebre haciendo honor al lugar donde nací y crecí: le dije que sí a no sé qué, sabiendo que no iba a pasar nunca. Porque los argentinos, o más bien los porteños, hacemos promesas muy a la ligera, sobre todo las que nunca vamos a cumplir. El "dale, sí, hablamos y nos juntamos" o "la semana que viene organizamos un partido, de una". Por eso, entre otras cosas, solemos caer como el culo allá a donde vamos. Por curiosidad, sí la busqué. Me pareció un personaje, como mínimo, extraño: mientras sus contactos exhiben sin pudores idolatría al canalla de Pinochet, ella publica numerosas oraciones que prometen milagros o anuncian castigos; pero de foto de perfil tiene al protagonista de V for Vendetta. Gente bizarra que uno se cruza cuando viaja.

4 comentarios:

  1. V for Vagina, cachai?

    Mencantó.

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    1. Puta que tení razón, oye po. Que no cachaba la wea, fíjate tú. Ya.
      Y gracia por pasá, po.

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  2. Hasta yo la busqué, pero no tiene fotolog

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    1. La busqué y no está más en facebook =(

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