miércoles, 25 de noviembre de 2020

Postales porteñas #28 - El fulbo es mágico

 
Como hijo de inmigrantes crecí en una casa donde Maradona significaba lo que suele caer mal del porteño en el exterior: maleducado, tramposo, prepotente. Tuve que aprender a quererlo de grande, y lo entendí el día que clasificamos para el mundial 2010. Maradona no la careteaba. En esos lugares de brutal exposición mediática, donde todos se portan bien, donde todos aceptan las reglas del juego hipócrita y superficial, Maradona podía pasarse el protocolo y la etiqueta por el orto. Podía mandar a la mierda a los mercenarios del periodismo deportivo, dejar plantados a los mafiosos de la FIFA, a presidentes de países importantes o al papa. Podía cuestionar, con la misma falta de pudor, a soretes desclasados y a canallas millonarios. En la comodidad de su casa, en la calle, en un programa de televisión o en una conferencia de prensa de la selección. Por supuesto que estaba lleno de contradicciones y de actitudes repudiables. Yo elijo quedarme con ese Diego que me demostró que existe la magia: a pesar de no prestarse a los juegos del careteo mediático, a pesar de haber tenido la prensa sistemáticamente en contra por ser un negro cabeza que tuvo la osadía de invadir los espacios del lujo exclusivos de la gente de bien, a pesar de todas las cagadas que se mandó, a pesar de tantas cosas, el Diego podía hacer lo que se le antojaba cuando se le antojaba, donde se le antojara. Muchas veces usó ese poder para bien. Tantas otras, la pifió. ¿Y de dónde sacó ese poder, ese atributo que parece divino? De haber sido el mejor jugador de fútbol que hubo y habrá. Nada más. ¿No demuestra que el fútbol puede ser mágico?
El mundo para mí es un poco más gris hoy, sabiendo que ya no está dando vueltas ese tipo que, cada tanto, incomodaba a seres despreciables.
Sos la magia, Diego.

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